30 de septiembre de 2014

¿QUIEN DETERMINA NUESTRO DESTINO?


                       II  Parte
           El Enfoque filosófico

En la antigüedad existía la creencia de que era posible conocer el destino. Para ello existían los augures, los astrólogos, los realizadores de vaticinios y los profetas. Lo más prestigioso era consultar a los dioses. Para ello existían lugares famosos como el Tempo de Apolo, en Delfos, Grecia, al cual se podía ir a consultar al oráculo cuestiones de la vida diaria. Una mujer embarazada si nacería niño o niña; para un general si ganaría la batalla, un emperador cuánto tiempo viviría. Al visitar dicho templo, hace unos años, descubrí como hacía el oráculo para acertar de qué sexo sería un niño antes de ser concebido. Los sacerdotes siempre decían una cosa (niña) a la madre, pero registraban lo opuesto (niño). Si al nacer, el sexo era tal como habían dicho, era una ratificación de la sabiduría del oráculo. Si era lo opuesto, y los padres se iban a quejar, los sacerdotes conducían a la persona a los registros y ¡oh sorpresa! Habían entendido mal, pues no era niña, sino niño, lo dicho por el oráculo.

En el blog anterior vimos cómo occidente estuvo dominado por la doctrina de la predestinación calvinista, basada en el texto bíblico y cómo la misma perdió vigencia cuando nuevos descubrimientos científicos cambiaron la visión cosmológica del mundo. La biblia y otros textos sagrados dejaron de tener la influencia casi monopólica del conocimiento. La idea de que el destino estaba determinado por los dioses, o las diosas, viene de muy antiguo. Los griegos, que recogieron conceptos de civilizaciones anteriores hablaron de la Moira, en latín la Parca, o la Fatalidad. La Moira estaba representadas por tres hermanas: Cloto, Láquesis y Átropos y poseían más poder que los dioses, pues representaban una verdad natural inflexible, un orden cósmico inevitable. Cada Fatalidad o Parca tenía una misión: Cloto: hilaba las hebras de la vida; Láquesis: asignaba la extensión del espacio y del tiempo; y Átropos fijaba el momento de la muerte al cortar las hebras vitales. La determinación del destino basado en un orden cósmico por encima de los dioses mitológicos, se relaciona con el pensar filosófico y científico que también basan sus ideas en visiones cosmológicas.

Fueron inocentes descubrimientos geológicos de restos fósiles, correspondientes a animales de centenares de millones de años que comenzaron a negar el texto bíblico. A su vez el geólogo y naturalista Charles Darwin dio la visión científica que aceleraría el cambio de paradigma sobre el inicio de la vida y su evolución, extendiendo su origen a períodos de tiempo muchos más extensos que los textos sagrados. El universo no había comenzado hace unos seis mil años, sino 13500 millones años atrás. Una diferencia sideral. A ello se sumaron los descubrimientos de restos humanos en África de más de dos millones de años. Si fuera por los textos sagrados, dinosaurios y mamuts nunca existieron, y los fósiles que se descubren día a día serían una película de ficción.

Concepciones filosóficas, de oriente a occidente, van desde el total indeterminismo hasta un determinismo irremediable. El astrónomo, matemático, filósofo y poeta persa Omar Khayyám (1040 – 1123), considerado uno de los mayores sabios de la edad media, sostuvo en su famosa obra Rubáiyat:

Admitamos que hayas resuelto los enigmas de la creación. Pero ¿cuál es tu destino? Admitamos que hayas despojado de todas sus vestes a la Verdad. 

Pero ¿cuál es tu destino? Admitamos que hayas vivido feliz cien años y que
te esperan cien otros todavía. Pero ¿cuál es tu destino?


Como podemos ver no afirma que es esto o aquello, sino que pese a vivir en el mundo musulmán, en el cual todo estaba predeterminado por Alá, con lenguaje elegante y poético, contradice ese enfoque y sostiene que el destino seguirá siendo elusivo e indeterminado para el ser humano.

Un futuro fijo e inevitable, sea prefijado por los dioses, un universo mecánico, o cualquier causalidad forzosa, también ha tenido sus adherentes. Por ejemplo Leibniz en su Metafísica sostiene: “Y nosotros afirmamos que todo lo que ha de ocurrirle a alguna persona, ya está comprendido virtualmente en su naturaleza o noción, como las propiedades lo están en la definición del círculo;” (Discurso de Metafísica, cap. 13). Es semejante a la Moira o al universo mecánico de Newton de causalidad inevitable. Cualquiera de las causas hace que al individuo le sea imposible de escapar de su destino. Esto es el determinismo.

En el mundo moderno millones de personas se consideran deterministas. Si con la mecánica de Newton es posible calcular el movimiento de un objeto, vehículo o  planeta y prever su ubicación en el futuro como en el pasado con certeza, entonces —supuestamente— sería igualmente posible calcular el destino. Pero filosóficamente, estas fórmulas, como las que prevén el clima para los próximos días, son consideradas dudosas, pues no consideran las interferencias u obstrucciones accidentales que pueden producirse: un poco de basura en un reloj; un alud en las vías del ferrocarril; una tormenta que desvía a un avión, una erupción solar, y así sucesivamente. Lo atractivo del determinismo es que si todo funciona mecánicamente permitiría predecir lo que le sucederá a cada persona. Sin embargo los juegos de azar contradicen todos los días este enfoque, pues si se pudiera saber con exactitud el destino de cada individuo también se podría saber que caballo ganaría tal o cual carrera, o qué número ganará la lotería. El juego perdería su encanto. 

Es un hecho que nadie puede predecir lo que le sucederá a individuos o a los mercados. Si así fuera, todos serían ricos inevitablemente.

La doctrina opuesta, basada en el libre albedrío, es el indeterminismo. Para Sartre, al negar la existencia de Dios, (partiendo de la idea de Nietzsche, de que Dios ha muerto), no existe una idea en la mente de Dios sujeta a su gobierno. Por lo tanto cada ser humano está solo, abandonado y al mismo tiempo libre. En este sentido considera que cada individuo en todo momento a través de sus decisiones crea y recrea su destino. El individuo está gobernado por el albedrío, la capacidad de hacer aquello que le dicte la voluntad. Incluso si un individuo es enviado a la guerra y aparentemente debe defender a su patria y matar al “enemigo”, sin posibilidad de hacer otra cosa, Sartre interpreta que no es verdad, en esa situación, si no desea matar a nadie,  ni ir a la guerra, puede incluso suicidarse y decidir su destino, y nunca el que le impongan. Por lo tanto el ser humano detenta siempre la libertad de decidir. El futuro no se halla prefijado. Por el contrario el individuo posee la libertad de elegir su camino y su futuro incluso si es desagradable.

Existe un enfoque intermedio que surgió en el campo de la lógica: el indefinido.
La concepción de “si” o “no” o, “verdadero” o “falso” sufrió un importante cambio de notación axiomática de los silogismos, al introducir  Jan Lukasiewicz el concepto de indeterminación. Para que cualquier proposición sobre el futuro no sea considerada ni verdadera ni falsa, sino posible, propone una tercera categoría de verdad posible: la indefinida. Donde 1, es “verdadero”, 0 es “falso” y ½ es “indefinido”. Esta lógica ya no refleja valores absolutos sino valores probabilísticos.

Todas las concepciones tienen un falla común.  Adoptan un paradigma, y desde esa perspectiva estática juzgan la realidad. El paradigma de la tierra plana determinó la geometría plana de Euclides. Situados en la mecánica newtoniana causa y efecto se siguen indefinidamente en forma precisa como el mecanismo de un reloj. Con la teoría de la relatividad tiempo y espacio dejaron de ser valores absolutos. Con la teoría cuántica, al sostener que no es posible determinar la posición y la velocidad de una partícula surge algo indeterminado. Cuando sabemos una cosa desconocemos la otra. Nos hallamos ante situaciones estadísticamente probables.

Por ello se puede afirmar que el destino de un ser humano no está determinado, aunque por ahora está acotado por las condiciones físicas. Todo individuo posee opciones y limitaciones. Por lo tanto el ser humano puede forjar su destino entre una gran variedad  de opciones pero acotado dentro de ciertos límites.

En el presente estamos conscientes de que, con el cambio de paradigmas, el destino humano puede ir desde el tiempo limitado a la eternidad. Si se logra que las células no se dañen por oxidación, y sean reemplazadas por nuevas y sanas constantemente, el ser humano podría vivir indefinidamente. La genética ha abierto un campo de posibilidades impensadas para evitar las enfermedades antes de nacer. Con la inteligencia artificial cubriendo cada día un espectro más amplio de las actividades abre posibilidades ilimitadas. La vida en el espacio, también abre posibilidades impensadas al destino humano. 

Con cada acción los seres humanos van formando su destino abierto al futuro. 

©Pietro Grieco

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